Este bendito yo por Thomas Harris
Escribir con tinta roja
Escribir con tinta roja
En la entrega de esta semana, Thomas Harris, poeta y jefe del Archivo de Referencias Críticas de la Biblioteca Nacional, nos invita al mundo de aquellos que escriben con el color de la sangre.
21/08/2015
Fuente: Biblioteca Nacional
Ramón López de la Cerna escribía con tinta roja, decía, para "ver circular la sangre de las ideas". Gerard de Nerval escribió con tinta roja "El desdichado". Serguéi Esenin escribió con la tinta roja de sus venas en la Navidad de 1925, en un espejo del Hotel Angleterre de Leningrado: "Hasta pronto amigo mío, sin gestos ni palabras/ no te entristezcas ni frunzas el ceño./ En esta vida el morir no es nuevo/ y el vivir, por supuesto, no lo es". (Paradójicamente ambos se enamoraron de sendas bailarinas: de Isidora Duncan, Esenin; Nerval de la menos glamorosa Jenny Colon, la Aurelia del Príncipe de Aquitania). Ahora, en la llamada posmodernidad o capitalismo tardío, como quieran, no sé si habrá poetas que escriban con tinta roja. Y quizá ni siquiera con tinta. Las letras virtuales del computador titilan negras sobre un fondo glauco, enceguecedor, dañino para las córneas. Pero regresemos a la tinta roja. Rodrigo Lira trazó un poema concreto en el agua de su bañera, con la tinta roja de sus venas en su navidad número 32. Más paradojas: los poetas suelen enamorarse perdidamente de bailarinas y suicidarse en Navidad. Navidades, bailarinas, tinta roja. Antes se solía corregir con tinta roja. La tinta roja es la tinta de la corrección. Corregimos con rojo. Y el rojo es el color que simboliza el peligro como también el error y el castigo. Algo así como la letra con sangre entra: la primera metáfora, la más evidente de "La colonia penitenciaria" de Kafka (a veces la lectura primera, la más denotativa, suele ser la más tremenda e irredarguible en Kafka, el más "interpretado" quizá de los escritores occidentales del siglo XX): allí tenemos una máquina para escribir condenas a los supliciados con tinta roja, con la tinta roja de las venas del condenado el motivo de la condena. Y la escritura, es decir la grafía de la condena no puede ser, para Kafka, una grafía simple, una escritura clara, porque "no puede matar enseguida": la escritura de la condena, es también el texto de la ejecución, la letra que con sangre desangra y te mata, debe ser una grafía laboriosa y barroca, lenta y lacerante. El cuerpo, como página en blanco donde se grabará la condena, debe sufrir en cada letra, en cada sílaba, en cada frase, o, a la inversa, en cada partícula lingüística significativa, sea esta un morfema o un rasgo de un fonema, ese dolor, esa culpa, tu culpa, morosamente. Hasta que el escribano de la tortura se transforma en un niño torpe, que derrama la tinta roja sobre el cuaderno (el cuerpo) asaz impoluto y lo transforma en un cuaderno, una página del cuerpo manchada de rojo, donde, finalmente, el lector (el explorador en el relato kafkiano) exclama desesperado: "No puedo" (leer). A lo que el oficial, el escribano del castigo aclara: "No es caligrafía para chicos de primaria. Hay que leer largamente en él. Con seguridad Ud. también lo interpretaría. Naturalmente no puede ser una escritura simple; es que no debe matar enseguida, sino término medio, en un lapso de doce horas; el momento crítico está calculado para la hora sexta; por lo tanto, la escritura en sí debe estar rodeada de muchos, muchos adornos; la verdadera escritura cubre el cuerpo sólo en una pequeña faja; el resto del cuerpo se destina a ornamentaciones". Escrito sobre un cuerpo se titula el libro de Severo Sarduy sobre el barroco: la letra con sangre entra, es un gesto barroco, parece. Cuando chicos nos corregían las tareas mal hechas con tinta roja. En los cuentos de hadas el rojo es el color del deseo. Y ese deseo también es castigado. Ahí aparece el lobo con sus fauces tintas en rojo. Es feo parece firmar un documento legal con tinta roja. Mal vista la tinta roja. Escribir con rojo. Evoca la menstruación. No se debe hacer el amor cuando menstrúas. ¿Dónde está escrito ese mandamiento? Los neones en los prostíbulos eran de color rojo. Los letreros EXIT en los escapes de los cines de antaño. Las revoluciones también suelen ser rojas, y la sangre que derramaban las revoluciones. Pero ya no hay bailarinas con zapatillas rojas, ni heroínas revolucionarias que valgan su utopía en rojo, ni, creo, que poetas que escriban con tinta roja. Los poetas ahora suelen suicidarse con excesos de alcohol, como el Garcin de Darío, que tenía un pájaro azul en la jaula de su cabeza que clamaba por su libertad; o, simplemente, por excesos de escritura, de noches pasadas en vano para dar con el poema que premiaría el Consejo del libro y la lectura. Blake escribió: The road of excess leads to the palace of wisdom. ¿Se disolvió también en el aire, Marx mío, la tinta roja? Queda el recuerdo de los semáforos, después de la medianoche, cuando te detenían por sospecha, y quedaban dando sólo una luz, hasta la madrugada, como cíclopes parpadeando sobre el asfalto, cuando los poetas malditos, ya tan pasados de moda como sus versos, regresaban a su hogar, si es que tenían un hogar, o podían regresar a algo así como un hogar, después del toque de queda, después de la Hora del Lobo.







