Crónicas de un lector por Aldo Perán
La sutil escritura de Roberto Merino
En esta columna, Aldo Perán nos cuenta cómo conoció la obra de Roberto Merino.
05/10/2015
Fuente: Biblioteca Nacional
Durante algunos años trabajé en una librería cercana al Museo Nacional de Bellas Artes. Cada vez que una editorial publicaba un nuevo libro llegaban las cajas o envíos de esas novedades. Tenía que abrir la caja, sacar los libros, revisar una guía y poner el precio. Recién ahí este tenía derecho a ocupar un lugar en las distintas secciones que componen esa librería. Fue en una tarde de octubre del 2012 que conocí, por medio de este proceso, el nombre de Roberto Merino.
El libro se llamaba Todo Santiago. Es un libro grueso, de casi cuatrocientas páginas, llenas de lucidez, ironía y humor; donde se traza una cartografía literaria de la ciudad, sus temporadas, personajes, calles, anécdotas y transeúntes. Imágenes y recuerdos filtrados por el ojo y la escritura de un autor que me era absolutamente desconocido. Sin embargo, en la actualidad se varias cosas importantes en torno a la figura de este escritor. Merino es profesor de Literatura en la Universidad Diego Portales. Escribió sus crónicas deportivas en la mítica revista Don Balón. Publicó a Claudio Bertoni y a Bruno Vidal en una editorial que fundó con unos amigos. Es editor de las crónicas reunidas de Joaquín Edwards Bello. También, desde hace varios años, aparecen sus crónicas en Las últimas noticias, mientras que en El Mercurio publica su «diario de lectura». Prepara, según algunas notas periodísticas publicadas a finales del año pasado, una especie de biografía de Enrique Lihn.
Recorriendo alfabéticamente la sección de literatura chilena de la librería, encontré otros de sus libros: Melancolía artificial, Luces de reconocimiento, En busca del loro atrofiado, Horas perdidas en las calles de Santiago, inclusive, un ejemplar de Transmigración, el primer libro de poesía de Merino, publicado por Juan Luis Martínez en Ediciones Archivo. Roberto Merino es poeta, pero también es uno de los cronistas más relevantes de la literatura chilena contemporánea. Prueba de eso es Pista Resbaladiza, un conjunto de crónicas que agotó su primera edición a pocas semanas de su publicación. En sus crónicas podemos leer a un filósofo, a un pensador presocrático absorto en descubrir aquello que le sobrepasa en su diario vivir y que no tiene miedo de sucumbir a la risa de la muchacha tracia.
De todos modos, ese espíritu que el lector encuentra en sus crónicas y poemas no tiene ingenuidad alguna. Por el contrario, Merino parece cultivar el arte de la sospecha. Esa voz que a primera vista parece no interesarse demasiado por nada, se encuentra también en su último libro, titulado Padres e hijos. Este conjunto de crónicas publicadas en Las últimas noticias durante más de diez años, apareció en librerías y bibliotecas a comienzos de este año. Ahí aparece Merino no tanto como cronista de la ciudad sino de un modo distinto, un tanto descarnado; desdoblado entre la infancia y la paternidad, de alguien que observa con desconfianza las fotografías en blanco y negro de cuando tenía tres años, pero también mirando con irritabilidad el comportamiento de los padres actuales, obsesionados por la disciplina, la gestión y administración de cada instante. Así, mientras los padres viven atribulados por saber qué colegio será al cual van a postular a su hijo cuando apenas tiene tres años, Merino prefiere que los suyos se vayan a dormir mirando programas tipo Discovery Channel y sueñen con animales. No hay tiempo para leer cuentos, jugar en Nintendo Wii ni para preocuparse de que los hijos estén o no sobreestimulados. Padres e hijos funciona entonces como el antimanual de la crianza actual. El aburrimiento, los juegos, los libros, el kínder, la austeridad a la hora de comer, todo lo que Merino describe como severo en general: la temporalidad de la infancia aparece en este libro como excusa para decir que ser hijo como ser padre es algo absolutamente difícil. Todo esto, desde la delicadeza y sutileza de un escritor que parece dominar con maestría la crónica como si se tratara de un diario íntimo.
Su sintaxis, «medio borgeana o medio inglesa» es particularmente rítmica, como sostuviera el periodista y escritor Mauro Libertella en un artículo publicado en Revista Ñ hace algunos años. Posee un estilo tan particular que en una oportunidad el escritor Alejandro Zambra al leer la contratapa de un libro que no llevaba firma alguna sostuvo «esto lo escribió Merino».







