Este bendito yo por Thomas Harris

Ante el dolor de los demás

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Profundamente afectado por los acontecimientos relacionados con los problemas migratorios que aquejan a Oriente Medio y Europa, Thomas Harris, poeta y jefe del Archivo de Referencias Críticas de la Biblioteca Nacional, nos entrega su columna semanal.

08/09/2015

Fuente: Biblioteca Nacional

Miro, y vuelvo a mirar la foto del niño sirio, muerto, de bruces sobre el mar. Un mar, glauco, sin metáforas, que conoce del dolor, cada vez más un elemento extraño, lejano de la humanidad en su mustia salinidad, e indiferentes olas, que no lo acoge desde ese deseo de sobrevivir. O de vivir, el derecho que todos tenemos, y más aún los niños, esa esperanza de futuro, esa necesidad de estar en la tierra prometida, que es la tierra de la vida, que es al fin el planeta, tierra de todos y de nadie. La foto es cruel, si una imagen puede ser cruel, y no sólo nos muestra la realidad, lo que es. Acabo de entrar en el facebook y me encontré con ella. Me dolió, a pesar de todas las imágenes y vivencias que he pasado en mis años expuesto a la crueldad, me dolió demasiado. Quizá porque esta tarde la pasé con mi nieto, el Domingo, que está, pienso, y espero, a salvo de todo aquello. Bueno, uno nunca sabe, pero espero que en Chile, incluso en Sudamérica no lleguemos a una situación política que devenga en una imagen tal cruel como aquella. Ni como las fotografías que ahora se exhiben en el GAM, de los cruentos años 73 al 88: las imágenes del horror en Chile. El miedo que nos quedó en la mente y el recordatorio para todos aquellos que no lo vivieron. Busqué, entonces, entre mis libros "Ante el dolor de los demás" de Susan Sontag y comencé a releerlo y me di cuenta mientras avanzaba la lectura, que la segunda lectura me hablaba de otra manera. O que en la primera había cosas que no había comprendido bien o que había dejado pasar. O que el umbral del dolor ante el dolor del Otro crece, se hace más doloroso cuando uno envejece. O que los años a uno lo vuelven frágil ante el dolor del Otro, o porque quizá tanta memoria no se resuelve con la reflexión. Y tanta realidad mediatizada por los medios. Y la misma Web. Nada basta ante el dolor de los demás, como decía Susan Sontag. Nada sobra. Nada es suficiente. Ante el dolor de los demás hay que tragar saliva frente a las imágenes frías, y tragar tu propio, aunque efímero bienestar. Porque lo que nos duele, nos conmueve, es justamente este efímero bienestar, este no saber cuándo estaremos nosotros como "otros" ante el "dolor de los que mirarán nuestro dolor", este no saber cuando nuestros hijos o nietos estarán ellos también de bruces sobre un mar, el Pacífico, extraños en una muerte extraña, sin remisión. Como una vez lo estuvimos. Eso tampoco hay que olvidarlo. La foto del pequeño niño sirio también es un recordatorio: de todos los hijos raptados, de todos los hijos regalados a los dictadores, de todos los que en nuestros países no supieron quienes eran: esa foto es una muesca de nuestra propia historia. Y un gesto icónico que nos dice que no hay que cerrar los ojos, como cuando éramos niños ante las películas de terror. Esta tarde, vi como mi nieto, el Domingo crecía, poco a poco. Milagro de mis 60 años, balbucía nuevas si no palabras sonidos, que mañana serán palabras articuladas: mamá, papá, leche, te quiero, qué se yo, que este niño sirio ya no dirá. Porque está de bruces sobre. Y también conciencia de nuestra propia muerte, porque sé, por mi nieto, por los niños, que no estaré vivo cuando cumplan 20 0 25 años, y quizá no quiera estarlo. Ese niño es como una inscripción en nuestras grutas posmodernas de la sinrazón. Del dolor. La risa y los gestos y la mirada azul de mi nieto Domingo están también tatuadas en la espalda sin su mirada, la del niño sirio, de la mirada y la risa y las palabras, mamá, papá, que tal comenzaba a balbucir. ¿Qué podemos hacer nosotros ante tanta crueldad icónica? ¿Un suicidio moral, un suicidio ético, un suicidio occidental colectivo? Creo que ya estamos en eso. En un suicido del alma, en un suicidio del corazón. Pero tenemos que sobrevivir, con la imagen del niño sirio en las retinas, porque tenemos a nuestros Domingos, a nuestros Simones, a nuestras Javieras, a nuestras Anitas, a nuestras Violetas, a nuestros Diegos. Y esas fotografías que no necesitan ya más comentarios ni análisis estéticos, porque son más que arte, son la realidad de la muerte que no merecíamos de esa manera: la inscripción de la crueldad que nos está infiriendo el mundo que se dice posmoderno, civilizado, razonable, iluminado. Entonces, no le pidamos a un falso pudor que nos quite el dolor de los demás, porque ante el dolor de los demás podremos saber qué hacer, espero. Aunque duela, aunque ese dolor nos dé la certeza de que nos hacemos viejos, de que por último que la vejez sirva para eso: disminuir el umbral de dolor que podemos tolerar.

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Materias: Literatura
Palabras clave: Thomas Harris - Columna
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