Este bendito yo por Thomas Harris

Sólo tempo

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Tempo

Thomas Harris, poeta y jefe del Archivo de Referencias Críticas de la Biblioteca Nacional, en su columna semanal, nos presenta un autor coreano y su reflexión sobre el tiempo.

28/08/2015

Fuente: Biblioteca Nacional

Leyendo a Byung-Chul Han , el filósofo coreano que la lleva en Europa últimamente, en realidad su último libro -"El aroma del tiempo"- que es lo único que he leído de él, tal vez por el hermoso título, por curiosidad también, pero sobre todo por el tema del tiempo en la posmodernidad, que dice que es la época del tempo acelerado, del tempo instantáneo, o sea donde esa expresión tempo, comienza a dejar de serlo, porque más allá de su acepción y etimología, su propio sonido, que es por lo demás lo que más importa y confiere melodía a una palabra, su duración inminente y su ritmo interno, su, a fin de cuentas temple anímico, como en la poesía, a veces nos dice más que étimos y declinaciones históricas, cuando la palabra se musicaliza, late desde su interior con un ritmo que le confiere nuestra propia subjetividad, es decir nuestra historia con esa palabra. Han, que analiza nuestro tempo, por su aroma, tiene algo que se le agradece: no es pesimista ni relativista, menos nihilista, el tipo es cool, como otros escritores orientales occidentalizados, como Murakami, por ejemplo, que te llevan y tú te dejas llevar, que te la hacen fácil, pero no banal. Es como si Han supiera que sus libros deben ser breves para hablar de asuntos tan complejos como el tiempo, por el mismo tempo del que hablábamos y su aceleración e instantaneidad. Octavio Paz en "Los hijos del limo", el libro más espléndido que habla de la modernidad y sus consecuencias, en este caso, en la poesía moderna y contemporánea, también habla de la aceleración del tiempo en la modernidad y tiene algunos puntos en común con Han. Pero me desvío. Me disgrego. Y la digresión en la escritura es también cuestión de tempo: es todo lo contrario al paper universitario que es puro pragmatismo, reiteración e instantaneidad: es un homenaje a la dilatación, es decir a la lentitud, al estilo, al ensayo como navegación y tanteo, según lo concebía Montaigne. Una suerte de apoteosis a la lentitud. Ahora Han tiene, en su optimismo filosófico, sus paliativos, sus digamos resistencias a la atomización del Ser por la aceleración del tempo y su resquebrajamiento: su homeopatía a nuestro mal del siglo serían ciertas lecturas, como Proust y Heidegger, que querrían, dicho en cápsula, recuperar la duración, la dilación del tiempo. Y esto está bien: Han habla de ciertos aromas como decía más arriba, aromatiza el tiempo como un buen té: habla de la "esencia aromática" del tiempo, que a través, por ejemplo, de la lectura de Proust, devendría en una suerte de "aroma de la inmanencia". Suena esperanzador, hasta plácido, hasta lento. Porque la idea es recobrar el aroma del tempo cuando las muchachas florecían sin prisa y cuando la posibilidad de la lentitud era un cobijo para el cuerpo y la mente, hoy agobiada de neuronas neuróticas. Recuerdo -cosa de lentitud temporal, también, poderse tomar un tempo para el recuerdo- el año 1989, año donde sucedieron -nos, a todos los de mi generación- muchas cosas, históricas y personales, objetivas -si hay objetividad en la historia- y subjetivas, de una subjetividad autopoiética, creativa de uno mismo: en mi caso la derrota de la Dictadura, la caída del Muro, mi separación conyugal, la pérdida de mi casa, de mi trabajo, de algunos dientes, de la ciudad donde vivía, de mis hijos, como en la canción de Los Parkinson, por el vino me quedé sin ni siquiera un perro que me moviera la cola. Tiempos de crisis y por lo tanto tiempos de cambio. Para bien o para mal. Un gran amigo, me dejó su casa en el campo para que pasara el mal tiempo, quedaba camino a Bulnes, por la antigua carretera serpenteante como las de la película El salario del miedo, a la altura del puente 7. No llevé libros -también me había quedado sin libros- así que mi única lectura fue la colección de revistas científicas de mi amigo. En una de ellas leí algo así como que el caracol, debido a su lenta forma de desplazarse, veía pasar, a modo de compensación, el mundo a una velocidad 100 veces mayor a lo que lo percibimos los humanos. ¿Percepción posmoderna la del caracol? Pero el caracol no tenía prisa ni problemas de atomización de la identidad. Era sólo un caracol. Y su mecanismo defensivo de una posible atomización de su ser-molusco era su percepción de caracol que biológicamente compensaba su lento desplazarse. Sin miedo al tiempo ni nostalgia de la lentitud del tempo perdida. Y sin necesidad no de Proust ni de Heidegger. Sólo de su concha que arrastra consigo, hogar, ciudad, tempo, cobijo que lleva consigo donde quiera que vaya, distancias que para nosotros no serán quizá significativas pero que para el lento molusco son como varias vueltas al día en ochenta mundos, parafraseando a Cortázar.

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Materias: Literatura
Palabras clave: Thomas Harris - Columna
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