Este bendito yo por Thomas Harris

De vagabundos y de perros

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Thomas Harris, poeta y jefe del Archivo de Referencias Críticas de la Biblioteca Nacional, en su columna semanal, aborda el tema del 11 de septiembre desde una perspectiva muy personal.

11/09/2015

Fuente: Biblioteca Nacional

Comienza el día: enciendo la TV para ver el clima, comenzar a despertar, animarme a ir a preparar un té, salir del sueño de la madrugada, generalmente sueños difusos, en lugares indeterminados, cerca del mar, lugares dónde nunca recuerdo haber estado, pero que quizá algún día estaré y ese día será el de mi muerte. Y las imágenes homogeneizadoras de la TV van borrando los recuerdos surreales del sueño, y lo primero que ya puedo comenzar a inteligir es la noticia de un vagabundo que anoche murió de frío, "en situación de calle", ese aberrante eufemismo que utilizan los medios para decir que el tipo murió abandonado en el asfalto, porque había quizá decidido entregarse a "ese infierno tan temido", para todos los que tenemos la sensación de que nuestro autorretrato lo pintó Goya en el siglo XIX y se llama "El perro semihundido", y que todos deben conocerlo, es un perro que tiene algo así como barro hasta el cuello, pero que sabemos que es pintura, una argamasa de pintura café, y el perro estará ahí hasta que la pintura se conserve en el Museo del Prado. Vagabundos y perros. El vagabundo muerto, cuentan los otros vagabundos que merodeaban o dormían también por el barrio, que su perro, porque el vagabundo tenía un perro, aun estaba junto al cuerpo de su dueño y no se había movido de ahí. El cuerpo del vagabundo aun estaba en la calle, porque tengo entendido que hay toda una burocracia judicial para "levantar" un cuerpo que ha perdido la vida en la calle, en las circunstancias que sean. Sus amigos o conocidos le contaban al periodista que hacía la nota, que el hombre bebía mucho y tomaba Alprazolam para pasar la angustia. Tampoco sabían si había sido el frío o la mezcla fatal de los ansiolíticos y el alcohol lo que lo había matado. Yo pensaba en el perro, qué pasa, qué hay en ese perro que finalmente uno dice, bueno, es instinto, lo que no lo deja alejarse de su dueño o amigo de la calle. Pero después pienso en la imagen del perro solo en las calles, tal vez buscando otro vagabundo para tener a alguien con quien pasar más abrigado la miseria de este país que hoy amanece en un 11 de septiembre más, y sin olvido. Antes de la imagen del vagabundo, porque todo en la TV se reduce a imágenes, vi las primeras manifestaciones de la "previa" del día, unas diez o doce bombas Molotov que caían desde dentro del campus de la USACH a la calle, por la madrugada, y producían un espectáculo como de fuegos artificiales, que no dejaba de verse hermoso, una especie de pequeño sublime urbano: brillos, refracciones, irrealidad; las últimas imágenes antes del sueño, fueron, y sigo en la TV, unas tomas de la Aurora Boreal, en Alaska: algo de las bombas Molotov me recordaron las Auroras Boreales, en una asociación libre, al más puro mecanismo de asociaciones surrealistas: había belleza en ambos fenómenos luminosos, más allá de sus causas naturales o sociales. Pero no podía dejar de pensar en el perro huérfano del vagabundo muerto; recordé esa bella novela de Paul Auster, "Timboktú", que también trata de un vagabundo alcohólico y su perro que vagan por Baltimore y el vagabundo muere frente a la casa donde vivió Edgar Allan Poe, que también supo de calles oscuras y frías, y sueños atormentados sobre el pavimento o los adoquines fríos. El Timboktú chileno también se quedó sin vagabundo que le hablara, así como el hombre tenía, según el dicho, un perro que le ladrara. Imagino que el hombre tiene que haberle hablado a su perro por esas sus noches frías y amparadas por el alcohol y los ansiolíticos. Pero los perros ni siquiera tienen el amparo del alcohol. Ni hay un hogar de Cristo para los perros. Ni menos un Cristo perro. Y además a todo lo sórdido y negativo, le dan el adjetivo de perro. Pero en quienes pienso ahora insultan a los perros, que lo que menos tienen es de traidores, al contrario su fidelidad es primordial. Me dieron ganas de releer esa novela de Paul Auster, sobre el perro, el vagabundo y Edgar Allan Poe, porque habla de la amistad y la piedad, de la compasión y la fidelidad. Como un antídoto a lo que un año más "conmemoraremos" hoy, y el día se irá enrareciendo a medida que avance en la tarde y en la memoria, en la noche y en el odio, en la madrugada y la muerte y la injusticia que también ladrará fuerte en las poblaciones y los márgenes de Santiago esta noche que nos quedó tatuada, indeleble.

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Materias: Literatura
Palabras clave: Thomas Harris - Columna
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