Primer Deslizamiento

Ectoplasma

Álvaro Bisama

Álvaro Bisama

Álvaro Bisama.

Álvaro Bisama nos entrega su primer Deslizamiento de este año. Un relato, una crónica que llega como los fantasmas de varios escritores...

26/06/2015

Fuente: Biblioteca Nacional

Ectoplasma

por Álvaro Bisama

Desde hace seis años que trato de escribir una crónica sobre la vida de Julio Arriagada Augier (1889-1979), quien fue poeta pero también una personalidad de la vida literaria chilena entre las décadas del 40 y el 60. Hay algo de novela policial en el asunto: llegué al nombre de Arriagada al leer un texto de Roberto Bolaño en una antología de poesía chilena que Soledad Bianchi realizó en el exilio, durante los 80. En ese ensayo, a Bolaño se le pedía que hablar de su poética personal. Para eso, él glosaba la noticia de la muerte de Augier, asesinado por su mujer en su casa de la Reina. Bolaño transcribía la noticia (inexacta, sacada de un cable internacional) que le sirvió en su momento como el punto de partida de una novela inconclusa, cuyo manuscrito se exhibió en la muestra "Archivo Bolaño" en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona.

A diferencia de Bolaño, mi pesquisa sobre Arriagada no era novelesca y más bien tomaba la forma de una investigación sin horizonte claro. Buscando pistas, me di cuenta de Arriagada aparecía demasiadas veces en los bordes de la historia literaria chilena como para no convertirse en un símbolo de algo, por oscuro que fuese. Se trataba de alguien que había sido funcionario del Ministerio de Educación, que había publicado un libro de ensayos sobre Pedro Prado, que figuraba citado en memorias, recuerdos personales y crónicas diverso tipo. Que hubiera sido fundamental en la discusión sobre el financiamiento del Premio Nacional de Literatura (fue suya la idea de sacarlo de un impuesto a la cerveza) solo acrecentaba los ecos de sus pasos de espectro.

No terminé la crónica. La investigación me llevó por vías paralelas, casi puros caminos cerrados que se resolvían entre el silencio y el olvido, entre libros perdidos y las sombras tenues de algo que, en ausencia de otro nombre, podríamos llamar literatura chilena. Ahí, entre muchos desvíos, me topé con un libro de Gonzalo Drago sobre Óscar Castro donde se indica que fue Arriagada quien hizo las gestiones para comprarle antibióticos a Castro, quien estaba enfermo de "tuberculosis pulmonar avanzada".

A Arriagada está dedicada "Llampo de sangre", la novela póstuma de Castro, que murió en 1947. Pero el libro de Drago, que se llama "Óscar Castro. Hombre y poeta. Un epistolario" contiene más cosas, detalles que esbozan contornos de una vida. Así, puede ser leída como una biografía pero también como una despedida, una elegía donde campea la pobreza de una intimidad bastante precaria, algo que bien define a nuestra literatura de la primera mitad del siglo veinte. Drago, que le dice adiós a Castro, escribe sobre él pero también sobre sí mismo. Al escribir de Castro el biógrafo defiende la esperanza de una literatura que confía en sí misma, que trata de modo heroico el uso de la lengua. Porque la obra de Castro es a la vez retrato y fuga. Castro es un héroe y una víctima para Drago. Su fe en el lenguaje es total, como si allí estuviese la idea de sí mismo como el artista de la comunidad, el mago de las palabras que hay en cada pueblo. O que había: ahora ya no hay pueblos y Castro es alguien atado a su época: un autor terminal que, a diferencia de Kafka, no aspira al silencio. Su vida es la de alguien que busca su propia tribu que es un colectivo inasible, un país imaginario.

Eso queda claro en el momento en que Castro realiza una sesión de espiritismo. Castro está o va a estar enfermo. Sus pulmones colapsarán, no recibirá los antibióticos a tiempo, la estadía en Santiago -donde ha sido trasladado como profesor- agudizará su calvario. La tuberculosis, ese mal literario que ha comenzado a incubar en Rancagua, lo devorará antes de cumplir 40 años. De este modo, su historia es una historia de soledad; la del poeta precoz en una ciudad sin escritores; la del autor de una elegía a García Lorca que se volvió un clásico instantáneo en América Latina. La de un lector voraz. La de alguien que se encuentra con Augusto D'Halmar en un tren y, sin conocerse en persona, se saludan como camaradas de toda la vida. La de un novelista que detestaba que pensaran en él como poeta, la de un tahúr secreto, la de un hombre que vivía al día, atrapado en una disputa familiar entre su madre y su esposa.

Castro escribió desde la provincia. No quería irse de ahí. Tal vez en ese lugar estaba todo lo que necesitaba: su literatura piensa a la experiencia como una epifanía atendible, casi transparente. Quizás por eso escribe. Quizás por eso practica espiritismo. En el libro de Drago, en su propia vida, a Castro no le alcanza el tiempo ni le alcanzará nunca y eso, esa ansia y esa desesperación, no aparece en la mitología construida sobre él, congelado como está en los clásicos escolares que solo los viejos profesores de castellano recuerdan.

Vuelvo ahora a la historia que cuenta Drago. En ella, Óscar Castro hace una sesión de espiritismo y el que responde es Amado Nervo. Nervo había muerto en 1919. Castro ejecuta un ritual en una mesa de tres patas y lo llama. Esto es todo: Castro llama a Nervo y Nervo se presenta. Drago no dice en qué términos. No pasa mucho más. La pieza donde Castro ejecuta la sesión está destartalada, es una pieza de una casa de adobe de la sexta región. Castro es el médium. Castro espera un mensaje desde el más allá. Afuera es de noche, una de esas noches rancagüinas que pueden ser tórridas o glaciales, sin ninguna clase de término medio; la noche de una ciudad que tiene al cementerio en el centro, al frente del barrio de las prostitutas, las mismas que esperan sentadas en las puertas de los caserones la llegada de los mineros y los campesinos. En la pieza destartalada y con el lápiz en la mano, Castro espera. Todo es apenas media página en libro de Drago; es algo que se cuenta al pasar, como si no importara aunque quizás la vida completa de Castro, la de Arriagada, la tradición de nuestra literatura, todas esas escrituras y más, pueden ser descritas como una cadena de momentos así, de gestos de invocaciones a fantasmas que no llegan.

Repito: Castro espera, pluma en mano, que Amado Nervo le hable desde el más allá. No sucede nada. Nervo se queda silente, aguarda en el umbral de otro mundo, el ectoplasma se evapora. Solo concurren el silencio, la mudez, el aire frío de la provincia.

Recursos adicionales

Materias: Libros y revistas - Literatura
Palabras clave: Álvaro Bisama - Deslizamiento
readspeaker