Crónicas de un lector por Aldo Perán
Germán Marín y la historia de Chile como catástrofe
Aldo Perán.
La tercera crónica que nos hace llegar Aldo Perán recorre la obra de Germán Marín desde la perspectiva que el mismo Marín sugiere, mostrando la crítica visión de un autor que incomoda a muchos por su estilo narrativo y también por su postura ante la sociedad chilena de hoy.
15/07/2015
Fuente: Biblioteca Nacional
Germán Marín y la historia de Chile como catástrofe, por Aldo Perán
Mítico editor y narrador, Germán Marín (Santiago, 1934) se ha descrito a sí mismo como un constante perdedor. Luego de volver a Chile en su juventud después de vivir en Buenos Aires, producto de la separación de sus padres, comenzó a trabajar en proyectos de índole editorial. Uno de éstos era Quimantú, la editorial que Salvador Allende había transformado en un eje central para la difusión de la lectura y publicaciones a precios populares, con tiradas de libros que bordeaban los veinte mil ejemplares cada uno. Junto a Enrique Lihn fundó, además, la mítica revista Cormorán. Luego de publicar en 1973 su primer libro, titulado Fuegos artificiales, producto del Golpe de Estado y la censura, el libro fue sacado de circulación y su autor enviado al exilio.
Primero en México y luego en Barcelona, Marín no dejó de estar al tanto de lo que pasaba en Chile y con los escritores que compartieron con él la gravedad del exilio. De este modo, la recepción de su obra narrativa quedó fracturada durante más de veinte años, en los cuales mantuvo una enérgica actividad como asistente de Gabriel García Márquez en primer lugar y ejerciendo funciones editoriales en la española Editorial Labor, posteriormente. Sin embargo, con el retorno a la democracia, Marín optó por regresar a su país natal y encontrarse con una sociedad radicalmente distinta. Fue entonces que comenzó a escribir y publicar paulatinamente dos trilogías que en la actualidad posicionan al autor como uno de los fundamentales del escenario narrativo contemporáneo. Una de ellas, Historia de una absolución familiar, volverá próximamente a librerías. La segunda, Un animal mudo levanta la vista ha sido parcialmente reeditada en el transcurso de los últimos meses. Compuesta por El palacio de la risa (reeditada por Ediciones UDP), Ídola, (reeditada por Hueders) y Cártago, estos libros vuelven a situar al autor como un agradable descubrimiento para las generaciones de lectores más jóvenes.
Cuando el escenario de lo que se ha denominado como la Nueva Narrativa era hegemónico en el panorama literario chileno luego del retorno a la democracia, la aparición de Círculo vicioso y de El palacio de la risa posteriormente, generaron un remezón en el ambiente literario local. Para acercarnos entonces un poco más a esta constelación literaria, comentaremos algunas tentativas sobre esta última novela, El palacio de la risa, la que a juicio del crítico y escritor Álvaro Bisama, es una novela feroz y perfecta en la cual se encuentra "la arquitectura y la lengua de Chile".
La novela en primer lugar aborda el devenir de una casa. De una lujosa casa, que a finales de los 60' pasó a llamarse tal como la conocemos hoy: Villa Grimaldi. De orígenes patricios, la elegante casa ubicada en la comuna de Peñalolén, pasó a convertirse, previa usurpación de la propiedad por parte de la dictadura, en centro de detención y tortura de la policía secreta, la DINA. La novela, sin embargo, aborda su historia previa y posterior, cuando el protagonista, que también se llama Germán y que también viene llegando desde el exilio, visita el lugar. Comienzan entonces a desencadenarse los recuerdos de infancia y adultez, activados por la memoria al visitar la tierra yerma, y es que producto de las presiones internacionales como también del objetivo de no dejar rastros que fueran útiles para cualquier tipo de investigación judicial que evidenciara la violación de los derechos humanos, la dictadura procedió a desmantelar completamente el lugar, dejando paso de este modo a un tierral que denotaba una absoluta desolación.
El protagonista había visitado Villa Grimaldi en su infancia, cuando se llamaba Palacio Arrieta, luego de que uno de sus compañeros de colegio le invitara. Fue ahí que se familiarizó con el patrimonio histórico del lugar, así como con las costumbres y maneras de la clase acomodada. Sin embargo, también lo visitó cuando en los tiempos de la Unidad Popular se había transformado en un centro de eventos nocturno. Lo hizo junto a Mónica, la otra protagonista -ausente- de esta historia. Amante suya temporalmente, en el exilio, Germán le pierde el rastro, a pesar de que escucha en alguna oportunidad que desempeña un oscuro trabajo en el lugar que años atrás habían visitado y recorrido una noche a cabalidad. El insoportable peso que representa el hecho de que Mónica haya sido colaboradora de la dictadura y de la policía secreta, resulta catastrófico y desolador para el protagonista, quien en su visita al lugar, luego de su regreso a Chile, intenta encontrar algún atisbo de sentido, tanto en la historia de Mónica como en la propia. La trama entonces tiene una doble articulación: la intriga personal y su fracturado desenlace que quiere purgar con su visita al lugar en primera instancia, mientras que, en segundo término, la historia de una casa que albergó a lo más eminente de la sociedad y que, producto de las circunstancias históricas, se transformó en un infierno, en el corazón del horror. "Villa Grimaldi era la casa de Chile, donde nadie dejaba de reírse, ni de día ni de noche", relata con crudeza el narrador.
En la contratapa de la nueva edición de El palacio de la risa, Germán Marín escribe lo que podría entenderse como una provocadora posición estética y que puede explicar el sentido de su proyecto literario: "Uso a Chile como un enorme basurero en el que puedo rastrear para escribir. Soy un novelista que vive de escarbar la basura". Marín vuelve al Chile de la transición, del "Chile perplejo" que describieron Alfredo Jocelyn-Holt y Tomás Moulian, en la misma época que este libro llegaba a incomodar, por su estilo y posición radicalmente diferente a aquellas tendencias narrativas de ese entonces. Marín, el escritor, no volvió a celebrar la reconciliación ni la prosperidad económica de los jaguares del continente: su escritura comenzó a incomodar por lo que el crítico español Ignacio Echevarría ha definido como "la crudeza, el humor sangrante y socarrón, el carácter desabrido y desinhibidamente resentido". Su obra entonces opera como un dispositivo que presiona en la herida supurante que es la historia contemporánea chilena y que impide cualquier tipo de olvido, animando a recordar todas las incomodidades que sostienen al Chile actual, el basurero de nuestra historia.