Este bendito yo por Thomas Harris
Asuntos urbanos
En esta entrega,Thomas Harris, poeta y jefe del Archivo de Referencias Críticas de la Biblioteca Nacional, nos invita a un recorrido por Santiago.
20/05/2016
Fuente: Biblioteca Nacional
No cabe duda que uno de los grandes problemas de Santiago es que es una ciudad mal diseñada si es que tiene diseño alguno, y su crecimiento es una suerte de enfermedad como el cáncer, que se va extendiendo por partenogénesis, y que de cuando en cuando tiene que soportar calamidades que no son causa ya sea de las lluvias u otra inclemencia del tiempo, sino porque las cosas fueron simplemente mal hechas. Uno de las mayores calamidades de esta ciudad son los desplazamientos. Yo vivo en Las Condes y trabajo en la Biblioteca Nacional, en el centro, y también este semestre, estoy como Escritor en residencia en la Universidad Católica y continúo enseñando en la Universidad Finis Terrae dos veces por semana, en las tardes. Esto me significa varios desplazamientos diarios, en Metro, taxi y colectivos. Y también caminar. Y también varios cambios de switch mental según la actividad que realice. A veces esta rutina cansa; pero finalmente recorrer diariamente la ciudad en distintas direcciones y mirar y conversar con muchas clases de personas hace que vivir la ciudad sea apasionante, entretenido, lúdico, erótico, neurótico, agotador, pero siempre cambiante. Mis recorridos urbanos me recuerdan, metafóricamente, a esa novela de Paul Auster titulada "La ciudad de las últimas cosas", donde todo cambiaba permanentemente y la ciudad cada día, hora, minuto era otra distinta y casi desconocida. Esta ductilidad monstruosa causaba por supuesto angustia a sus protagonistas que debían sufrir cotidianamente estas metamorfosis. Pero viéndola como decía metafóricamente, una ciudad que se transforma mentalmente todos los días gracias a que estamos atentos y dialogando con ella, mirándola, puede transformarse de algo angustiante a algo apasionante, sobre todo en sus trayectos y también en sus prácticas: en cada carrera con un taxista pueden surgir pequeñas historias a veces banales otras veces extraordinarias. Yo jamás he tenido problemas con los taxistas, es más generalmente después de un recorrido quedo lleno de ideas y estímulos, al vivir fragmentos de vidas que se interrumpen abruptamente ya sea en Pocuro, Nuestra Señora del Rosario o Miraflores. Y esta fragmentariedad a veces resulta más estimulante que enajenadora. También me parece un privilegio poder hablar de literatura con jóvenes estudiantes de letras, talentosos e inteligentes, dos veces por semana. Conversar y recomendarnos libros. Tomarnos unas cervezas de vez en cuando. Y que además te paguen por ello. La juventud es estimulante y bella per se, para un tipo que ya está en los sesenta años. Como la ciudad cuando se llena de hojas otoñales en esta estación y de neones multicolores cuando cae la noche y uno regresa a casa. Por estos meses he estado escogiendo la imagen del día, la más bonita que me brinde la ciudad (prefiero ahora elegir la imagen más hermosa, antes que, como antes en mi juventud solía hacerlo, la más degradada onda fotografía de Paz Errázuriz). La última fue una chica de pelo rubio, corto y crespo, de con un aspecto descuidado, pero cool, que leía de pie a Murakami en el metro. Se bajó en la estación Baquedano. Yo seguí rumbo a la Biblioteca Nacional. Y también la colecciono junto a otra que vi hoy por la mañana: Los alumnos del Liceo Diego Barros Arana con más aires de fiesta que de protesta, con banderas y gritos alusivos, junto y sobre al monumento al Historiador que hay junto a mi oficina en la Biblioteca, descorchando unas botellas de champaña a las 10:00 de la mañana. Un día viernes.